jueves, 11 de septiembre de 2014

Compréndeme

Las estudiantes Maiten Klaus, Florencia Mendoza, Solange Ibarra y Julieta Mansilla de 5 año A del colegio Santa Rosa   nos muestran sus dotes creativos, reflexivos y artísticos, dejándonos un hermoso cuento realista.  Pensar la sociología y luego plasmarla en una producción que comprende análisis, crítica, profundidad, ilusiones y desencuentros es un gusto que pocas veces nos podemos dar los docentes por ello no se pierdan de esta oportunidad y disfruten de la imaginación y el apasionamiento por el pensamiento crítico.


Compréndeme.


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ivir en una gran ciudad como lo era la capital del país para muchos podía ser todo un sueño, los shoppings, las salas de cines, McDonald's y los paseos de compra, todo lo que una sociedad de consumo puede soñar. Mientras que  para otros esto era la mismísima pesadilla, el tráfico y las complicadas rutinas diarias de una ciudad que no descansaba.
Es tan abrumante esta sociedad, como individualista, egocéntrica y discriminadora; Buenos Aires todavía se cree superior al resto, su yo interior refleja el extender de una cultura que se siente por sobre el resto. Para cualquier ciudadano honesto, simple y humilde afrontar el día a día resultaba un completo desafío. Para un niño el despertarse temprano para asistir a la escuela, para un anciano levantarse un día más esperando no sentir los constantes dolores articulares, producto de sus largas jornadas de trabajo y para un adulto simplemente pensar que aquel día nada cambiaría, pues en su cotidianidad se va diluyendo una vida que nunca alcanza ser, pero que intentar estar.
Tener 27 años, cursar una carrera universitaria, y estar desempleado no era tarea sencilla para Gustavo, un joven alto, de tez clara y cabellos morenos. Su aspecto reflejaba todo lo que una sociedad festeja y de la cual se regocija de poseer.  Más allá de esto Gustavo era víctima  de esa sociedad que con indiferencia contempla las desgracia de quienes no pueden encontrar la brújula que los guíes hacia la búsqueda de su yo personal. Las cuentas a pagar se apilaban sobre el escritorio de aquel viejo apartamento que alquilaba en el centro de la ciudad autónoma de Buenos Aires, del cual pronto pretendían desalojarlo pues sus atrasos con la paga se habían convertido en grandes deudas, los servicios serían dados de baja en la próxima semana y nada podía hacer para evitarlo. Y sí Gustavo era víctima de un proceso político y social que se beneficiaba de la falta de trabajo.
Más allá de esto 1990 parecía ser un gran año para la mayoría de los jóvenes emprendedores que buscaban crecer laboralmente, sea cual sea su área de especialidad, las empresas multinacionales llegaban a nuestro país prometiendo progreso, estabilidad laboral, baja inflación, sueldos dignos, un paraíso que tenía más de ideal que de realista. Tales empresas tomaban a aquellos quienes se vieran repletos de energía y capaces de todo en un mundo laboral acotado,  cualidades que Gustavo cumplía a la perfección.
Aquella  mañana había salido de su rutina habitual, había apagado su  reloj despertador made in japan y amaneció unas cuantas horas más tarde de lo que acostumbraba, la luz del sol ingresaba por aquella ventana entreabierta anunciando que debía ponerse en marcha para arrancar aquel día. Una de sus manos refregó sus oscuros ojos y despeinó sus cabellos para proceder a levantarse mientras que en la cocina una cafetera -importada también- aguardaba por él junto a aquella pequeña nota escrita a mano y en lapicera negra con aquel breve mensaje: “Ten un buen día y no te desanimes amor. Quizás hoy vuelva a casa más tarde. Te amo.”
Una sonrisa se dibujó en sus labios, su único motivo para seguir adelante se encontraba allí, aquella simple nota escrita por la persona que amaba era suficiente para sentirse rejuvenecido y con el entusiasmo necesario para volver a salir a la calle en busca de un buen empleo. Su pareja era quien día a día le hacía sentir que no debía darse por vencido y a su vez se llenaba de culpa al saber que su pareja, tres años menor, estudiante de la universidad y con un trabajo mal pagado en un restaurante del centro era quien saldaba los gastos diarios de víveres en aquella casa.

El diario de aquel día se encontraba perfectamente doblado sobre la mesa de la cocina junto a unas galletitas de agua que acompañarían su taza de café, y llevando una a su boca abrió las páginas del diario para leer tan solo la sección de clasificados, marcando cada uno de los anuncios de empleo en los que encajara, llenando pronto aquella página de círculos y cruces pues se trataba de un muchacho con el perfil indicado: Una imagen limpia, un currículo brillante, graduado con las mejores calificaciones y con la experiencia requerida para cualquier empleo que lo requería, cada entrevista laboral era un éxito para él y a la semana su teléfono se llenaba de llamados anunciando que lo tomaban en el puesto, sin embargo era cuestión de meses para que lo despidieran sin motivos claros, pero él no necesitaba explicaciones falsas pues conocía a la perfección el motivante para expulsarlo: Su sexualidad.

El nombre de su pareja era Walter, un muchacho de 24 años, cuyos ojos y cabellos claros resultaban cautivantes para cualquiera, ambos llevaban años conviviendo juntos. Walter,  era el que mantenía el alquiler del apartamento que compartía con su pareja, como así también de los víveres y demás impuestos que ejercía en ellos como en toda la sociedad el Estado.
Su trabajo no era  estable, contratado por tres meses, sin cobertura social, ni pago de horas extras, su situación era como  la de miles de jóvenes que ante la falta de trabajo tenían que someterse a maltratos, abusos de autoridad, actos de discriminación y burlas varias.
Por todo esto no era el preferido por el chico pues tal y había expresado en la nota, aquel día al parecer el menor se demoraría en regresar a causa de las horas extras no pagas que realizaba para mantener la economía del hogar, pero a pesar de las controversias y disgustos hacia el empleo decidió aceptarlo por el bien propio; su trabajo era simplemente servir en las mesas de un bar, en el cual años anteriores se habían encontrado casualmente y por primera vez con la persona que ahora era su actual pareja y llevaban en convivencia unos tres largos años llenos de luchas y obstáculos; Gustavo era la luz inspiradora de Walter, quien lo hacía sentir completo, aquella persona que lo quería por lo que era internamente y no por lo que aparentaba; el nombre de aquella persona por la que él llevaba su vida adelante.

Restaba decir que su infancia no fue la mejor que pudo haber tenido, sus padres se reían de las condiciones sexuales de las demás personas; no toleraban el hecho de que alguien tuviera otros gustos; pensaban desde su propia perspectiva, entendían que su idea era la única valida, la homosexualidad era concebida como una enfermedad, una desviación de las condiciones naturales, para ellos como para muchos, la unión entre dos personas de un mismo sexo era algo que violaba el orden natural.   
Es por todo ello que no  aceptaban de las mejores maneras la idea de que a su hijo mayor le gustaran las personas de su mismo sexo, y al parecer dentro del ámbito escolar tampoco lo tomaban de una buena forma; sus compañeros solían molestarlo con frecuencia y los pocos amigos que anteriormente tenía se fueron alejando a medida que los días pasaron una vez su sexualidad se había revelado dentro de la institución como ser así también en el barrio en el cual habitaba. En aquel sitio los amigos que solía poseer lo excluían frecuentemente de los típicos juegos de niños de su edad, como en su abrumada adolescencia.

Walter comprendió con los años que la sociedad limitaba y conducía los gustos de las personas de una determinada manera, definiendo aquellos como buenos o malos, sin tener aquel consentimiento de querer entender y dar la posibilidad de expresarse a los demás individuos que podían ejercer diversas y diferentes aficiones.

A pesar de todas las imposiciones de la sociedad, ambos se mantenían en pie y sorteando todos aquellos obstáculos que se ponían en su camino, ocultándose cada vez que era necesario, fingiendo, buscando excusas y pidiendo favores a sus pocos amigos para ayudar a encubrir la relación que ambos mantenían llegando al punto de sentirse un par de fugitivos cuyo único crimen había sido haber encontrado en el otro un sentimiento más fuerte que una amistad, algo que superaba los límites y estereotipos impuestos por la sociedad, un refugio donde ambos podían encontrar la paz, un refugio al que llamaban amor, del más sincero y puro.
Sin embargo aquel refugio que ambos habían creado parecía desmoronarse de a poco, y es que no era sencillo para ninguno saber que eran perseguidos y humillados por la sociedad, apartados de cualquier posibilidad de crecimiento económico. Cada día Walter regresaba al hogar exhausto tras las horas laborales, mientras que Gustavo se sentía cada vez menos capaz de ayudar a su pareja pues ninguno había dejado de ser un hombre, con el orgullo de tal, la fuerza de tal y la dignidad de tal. Todos aquellos problemas hacían de su relación una que se perdía poco a poco.

Aquel no era más que otro día que parecía ser igual a todos, en los que Gustavo salía a la calle en busca de un nuevo empleo, regresando a casa con las manos vacías y sin esperanza, sin embargo la misma nunca acababa. Una mañana en la que la ciudad se mostraba como siempre, transitada y agitada, el moreno había decidido que debía encontrar un fin a sus problemas, siendo aquella determinación la que lo llevó a la oficina de una reconocida empresa de la ciudad, pidiendo reunirse con algún superior para presentar su currículo y allí mismo tener una entrevista de trabajo, sabía que solo así podía encontrar lo que buscaba.
La entrevista resultó de maravilla, el personal de la empresa había quedado encantado con su carisma y espíritu trabajador, sin embargo como acostumbraba, debió ocultar su sexualidad y no dar detalles de su vida privada, tan solo lo justo y necesario. Días más tarde había recibido el llamado telefónico de la empresa, anunciando que la semana entrante debía presentarse para comenzar a trabajar para ellos, lo habían contratado y la felicidad y alivio se podían ver en él con facilidad.
Los meses transcurrían a su tiempo, lentos pero veloces a su vez, la relación con su pareja se mantenía aún oculta, sin embargo su economía había progresado, el viejo departamento había quedado en el olvido y ambos se mudaron a uno más amplio y en mejores condiciones, las cuentas a pagar ya no eran un problema y Walter ya no debía realizar aquellas pesadas horas extra en el bar que trabajaba, la vida de ambos avanzaba nuevamente pues los pesos con los que cargaban habían desaparecido.
Dos años habían pasado ya de aquel drama que habían atravesado Gustavo y Walter, la crisis económica que habían vivido en el año mil novecientos novena los había llevado a una crisis de pareja como cualquier otra podía vivir, ambos eran seres humanos al fin y al cabo. Sin embargo aún existían algunas cuestiones que no avanzaban al ritmo que ellos lo hacían, como por ejemplo, la sociedad. Poco a poco el entorno de la oficina de Gustavo comenzaba a tornarse extraño, sus compañeros y allegados tomaron una actitud distante y frío con él sin motivos aparentes, cuando él ponía un pie en algún pasillo, las personas guardaban silencio y sus miradas se tornaban acusadoras. Los rumores se habían expandido llegando a oídos del jefe de la empresa, un empleado cercano a él decía haber visto a Gustavo caminar de la mano de otro hombre y ese comentario recorrió cada rincón de la empresa. La historia parecía repetirse para él, nuevamente era llamado a la oficina principal para anunciarle su despido.
La decepción, el mal humor y la impotencia ante aquel mundo en el que vivía provocó que sus gritos fueran oídos por cada uno de los integrantes de aquel edificio en el que trabajaba, retirándose de éste con aquella sensación de vacío en su interior, sin saber de qué modo comunicarle a su pareja, quien era lo único en su vida, que nuevamente todo había acabado.

Las semanas se habían tornado amargas para él, Walter cada día buscaba el modo de animarlo de las mejores maneras, sin embargo nada parecía funcionar. Una tarde como tantas en las que se encontraba viendo el televisor, el timbre de su casa sonó de forma insistente teniendo como única opción atender, al abrir la puerta una joven de cabellos cortos y camisa amplia se presentó ante él, mencionando que conocía su situación pues una amiga suya trabajaba con él en la empresa de la que había sido expulsado. La muchacha sin más le entregó un folleto junto a una dirección y número telefónico de un sitio donde podían ayudarlo con su problema, y sin decir más la joven dio media vuelta y se marchó.
Una mañana de aquel año en el que el país se encontraba en su mejor momento, las empresas nacionales se privatizaban, el peso valía igual que el dólar, el servicio militar se eliminaba por la muerte de un soldado –dicen- y los genocidas eran indultados por un gobierno peronista. En ese mismo momento  Gustavo se vio despierto aún con aquella carga que llevaba sobre el despido, notó el folleto sobre una de las mesas que se encontraba en los costados de su cama compartida por su pareja.
Sin más que esperar, tomando un ligero desayudo, había decidido acudir a aquella estructura reconocida por una determinada parte de la sociedad, al cual habían invitado amablemente días anteriores aquella chica de cabellos largos, cuando creía ya darse por vencido en el trabajo forzoso que implicaba la búsqueda de un empleo digno, el cual le permitiera seguir con su vida diaria y estudio.
Al cabo de unos largos minutos en el típico y todo deteriorado transporte público llegó hasta el gran edificio que se presentaba ante sus ojos; aquella no rondaba más de los veinte pisos y contaba con cientos de pequeñas ventanas en su longitud. Recuerda con gran asombro Gustavo que se ofrecían jubilaciones privadas y con mucho asombro se preguntó ¿Qué son las A.F.J.P.? ¿Cómo se jubilará la gente si el desempleo aumenta todo el tiempo? Más allá de esto noto que el color blanco reluciente resaltaba de los demás departamentos, algo opacos y oscuros a causa de los años que llevaban en la misma avenida.
Gustavo tenía una idea fija en su mente; tal vez las personas que trabajaban en el interior de aquel lugar comprenderían su situación y lo ayudarían a conseguir un empleo justo para alguien como él, pues algo que caracterizaba a este chico era su orgullo y la personalidad laboriosa que llevaba encima, la que –supongo- lo empujaba ha observar detenidamente las situaciones. Es por ello que pensaba profundamente antes de hablar, se preguntaba internamente antes de responder, parecía como si lo que lo rodeara serviría como motor de reflexión, evitando los exabruptos, los actos de intolerancia, los análisis reduccionistas y el descredito y olvido del otro.
Es debido a esto que poso su pie derecho y avanzó por el interior de las puertas de cristales, sintió como un aura positiva lo invadía de inmediato, tal vez estaba exagerando, pero en aquel lugar se sentía realmente a gusto, aún si su tiempo allí se reducía a unos pocos minutos, pensaba que no sería en vano su paso por ese lugar. Había algo que le decía que todo iba a salir bien, que estaría protegido, comprendido, escuchado y ayudado, todo aquello que la sociedad y su familia no habían hecho durante su corta pero pesada vida.
Fue atendido con la misma generosidad y amabilidad que había creído e inmediatamente luego de contarles la resumida historia de sus problemas fue dirigido unos pisos arriba hasta una de las oficinas del director del lugar.
En su llegada, había observado cada detalle de los pasillos del piso, alfombras color ocre y unos preciosos cuadros que decoraban el lugar como si de la entrada a un palacio se tratara. Al golpear la puerta que contaba en un pequeño cartel la leyenda de “Director de la asociación, J. M. López.” Y escuchar en una gruesa voz su permiso, ingresó a la sala, la cual contaba con un fino escritorio de roble, que pudo admirar. Una vez sus pies se habían adelantado y su cuerpo se había reposado en uno de los cómodos sillones frente a la persona con la que había ido a hablar.
El señor comenzó la conversación, explicando acerca de aquella asociación que se basaba en defender los derechos de las personas “LGBT” como se hacía llamar aquella comunidad integrada por individuos con gustos diferentes a lo impuesto por la sociedad. Si bien Gustavo no esperaba aquella introducción al tema, escuchó atentamente cada palabra que de la voz ajena se escuchaba.
López continuó su conversación dejando entre tanto hablar al recién llegado, entusiasmándolo y aconsejándolo sobre lugares en los que podía acudir para conseguir un trabajo estable y bien pagado, sin embargo, la idea de su tema de conversación dio un giro notable, cuando comenzaron a hablar sobre una próxima marcha para defender sus derechos, aquella que se iba a dar en unos cuantos meses después.
El menor de ambos agradeció el apoyo, como así también la invitación a la manifestación, y sin esperar más se retiró de la habitación junto con montones de papeles de oficinas, y locales de trabajo ofrecidos por el Director de aquella comunidad.

Unos cuartos de hora fueron necesarios para que sus pasos se encontraran en el bar que trabajaba su pareja, orgulloso de su labor esperaba encontrarlo para contarle entre el tiempo libre que le otorgaban al más chico de ambos las noticias sobre las posibilidades de las que habían hablado con el director de aquella nueva organización de la cual sin duda alguna formarían parte ambos.
Acompañados de un café se encontraban en una apartada mesa de aquel bar, disfrutando de ese poco tiempo que tenían juntos aquel día.
Emocionado más de la cuenta Gustavo anunció a su pareja las noticias buenas que traía del edificio al que horas anteriores había acudido, la respuesta del menor de ambos no fue más que pura sorpresa y alivio; ya no tendrían que preocuparse más de la cuenta por el alquiler de la casa, de los impuestos y todo lo que aquejaba sus vidas.
Los meses pasaron y se encontraban en noviembre de mil novecientos noventa y dos, en el día de la tan esperada marcha había llegado, con sus nuevos empleos, con una vida mejor, ambos se dirigían tomados fuertemente de sus manos hacia la calle principal de aquella gran ciudad para encontrarse con la multitud de personas, sin  duda alguna no se imaginaban que tanta gente iba a acudir al lugar.

Sus manos desocupadas se dirigieron en ambos casos hasta sus rostros, tomando aquellas máscaras que cubrirían su piel, y junto con pancartas, banderas que simbolizaban la unión entre personas del mismo sexo y algunos detalles más, comenzaron a caminar entre los individuos, sabían que una simple marcha no haría la diferencia, pero tenían muy presente que desde aquel momento sus vidas darían un  vuelco total y comenzarían a vivirla como siempre habían pensado e imaginado “juntos”.

Autoras: Mansilla Julieta; Solange Ibarra; Florencia Mendoza; Maiten Klaus.
Correcciones: Prof. Mereles Gabriel.