Las estudiantes Maiten Klaus, Florencia Mendoza, Solange Ibarra y Julieta Mansilla de 5 año A del colegio Santa Rosa nos muestran sus dotes creativos, reflexivos y artísticos, dejándonos un hermoso cuento realista. Pensar la sociología y luego plasmarla en una producción que comprende análisis, crítica, profundidad, ilusiones y desencuentros es un gusto que pocas veces nos podemos dar los docentes por ello no se pierdan de esta oportunidad y disfruten de la imaginación y el apasionamiento por el pensamiento crítico.
Compréndeme.
ivir en una gran ciudad como lo era la
capital del país para muchos podía ser todo un sueño, los shoppings, las salas
de cines, McDonald's y los
paseos de compra, todo lo que una sociedad de consumo puede soñar. Mientras que
para otros esto era la
mismísima pesadilla, el tráfico y las complicadas rutinas diarias de una ciudad
que no descansaba.
Es tan abrumante esta sociedad, como
individualista, egocéntrica y discriminadora; Buenos Aires todavía se cree
superior al resto, su yo interior refleja el extender de una cultura que se
siente por sobre el resto. Para cualquier ciudadano honesto, simple y humilde afrontar
el día a día resultaba un completo desafío. Para un niño el despertarse
temprano para asistir a la escuela, para un anciano levantarse un día más
esperando no sentir los constantes dolores articulares, producto de sus largas
jornadas de trabajo y para un adulto simplemente pensar que aquel día nada
cambiaría, pues en su cotidianidad se va diluyendo una vida que nunca alcanza
ser, pero que intentar estar.
Tener 27 años, cursar una carrera
universitaria, y estar desempleado no era tarea sencilla para Gustavo, un joven
alto, de tez clara y cabellos morenos. Su aspecto reflejaba todo lo que una
sociedad festeja y de la cual se regocija de poseer. Más allá de esto Gustavo era víctima de esa sociedad que con indiferencia
contempla las desgracia de quienes no pueden encontrar la brújula que los guíes
hacia la búsqueda de su yo personal. Las cuentas a pagar se apilaban sobre el
escritorio de aquel viejo apartamento que alquilaba en el centro de la ciudad
autónoma de Buenos Aires, del cual pronto pretendían desalojarlo pues sus
atrasos con la paga se habían convertido en grandes deudas, los servicios
serían dados de baja en la próxima semana y nada podía hacer para evitarlo. Y
sí Gustavo era víctima de un proceso político y social que se beneficiaba de la
falta de trabajo.
Más allá de esto 1990 parecía ser un
gran año para la mayoría de los jóvenes emprendedores que buscaban crecer laboralmente,
sea cual sea su área de especialidad, las empresas multinacionales llegaban a
nuestro país prometiendo progreso, estabilidad laboral, baja inflación, sueldos
dignos, un paraíso que tenía más de ideal que de realista. Tales empresas tomaban
a aquellos quienes se vieran repletos de energía y capaces de todo en un mundo
laboral acotado, cualidades que Gustavo
cumplía a la perfección.
Aquella mañana había salido de su rutina habitual,
había apagado su reloj despertador made
in japan y amaneció unas cuantas horas más tarde de lo que acostumbraba, la luz
del sol ingresaba por aquella ventana entreabierta anunciando que debía ponerse
en marcha para arrancar aquel día. Una de sus manos refregó sus oscuros ojos y
despeinó sus cabellos para proceder a levantarse mientras que en la cocina una
cafetera -importada también- aguardaba por él junto a aquella pequeña nota
escrita a mano y en lapicera negra con aquel breve mensaje: “Ten un buen día y
no te desanimes amor. Quizás hoy vuelva a casa más tarde. Te amo.”
Una sonrisa se dibujó en sus labios,
su único motivo para seguir adelante se encontraba allí, aquella simple nota
escrita por la persona que amaba era suficiente para sentirse rejuvenecido y
con el entusiasmo necesario para volver a salir a la calle en busca de un buen
empleo. Su pareja era quien día a día le hacía sentir que no debía darse por
vencido y a su vez se llenaba de culpa al saber que su pareja, tres años menor,
estudiante de la universidad y con un trabajo mal pagado en un restaurante del
centro era quien saldaba los gastos diarios de víveres en aquella casa.
El diario de aquel día se encontraba
perfectamente doblado sobre la mesa de la cocina junto a unas galletitas de
agua que acompañarían su taza de café, y llevando una a su boca abrió las
páginas del diario para leer tan solo la sección de clasificados, marcando cada
uno de los anuncios de empleo en los que encajara, llenando pronto aquella
página de círculos y cruces pues se trataba de un muchacho con el perfil
indicado: Una imagen limpia, un currículo brillante, graduado con las mejores
calificaciones y con la experiencia requerida para cualquier empleo que lo
requería, cada entrevista laboral era un éxito para él y a la semana su
teléfono se llenaba de llamados anunciando que lo tomaban en el puesto, sin
embargo era cuestión de meses para que lo despidieran sin motivos claros, pero
él no necesitaba explicaciones falsas pues conocía a la perfección el motivante
para expulsarlo: Su sexualidad.
El nombre de su pareja era Walter, un
muchacho de 24 años, cuyos ojos y cabellos claros resultaban cautivantes para
cualquiera, ambos llevaban años conviviendo juntos. Walter, era el que mantenía el alquiler del
apartamento que compartía con su pareja, como así también de los víveres y
demás impuestos que ejercía en ellos como en toda la sociedad el Estado.
Su trabajo no era estable, contratado por tres meses, sin
cobertura social, ni pago de horas extras, su situación era como la de miles de jóvenes que ante la falta de
trabajo tenían que someterse a maltratos, abusos de autoridad, actos de
discriminación y burlas varias.
Por todo esto no era el preferido por
el chico pues tal y había expresado en la nota, aquel día al parecer el menor
se demoraría en regresar a causa de las horas extras no pagas que realizaba
para mantener la economía del hogar, pero a pesar de las controversias y
disgustos hacia el empleo decidió aceptarlo por el bien propio; su trabajo era
simplemente servir en las mesas de un bar, en el cual años anteriores se habían
encontrado casualmente y por primera vez con la persona que ahora era su actual
pareja y llevaban en convivencia unos tres largos años llenos de luchas y
obstáculos; Gustavo era la luz inspiradora de Walter, quien lo hacía sentir
completo, aquella persona que lo quería por lo que era internamente y no por lo
que aparentaba; el nombre de aquella persona por la que él llevaba su vida
adelante.
Restaba decir que su infancia no fue
la mejor que pudo haber tenido, sus padres se reían de las condiciones sexuales
de las demás personas; no toleraban el hecho de que alguien tuviera otros
gustos; pensaban desde su propia perspectiva, entendían que su idea era la única
valida, la homosexualidad era concebida como una enfermedad, una desviación de
las condiciones naturales, para ellos como para muchos, la unión entre dos
personas de un mismo sexo era algo que violaba el orden natural.
Es por todo ello que no aceptaban de las mejores maneras la idea de
que a su hijo mayor le gustaran las personas de su mismo sexo, y al parecer
dentro del ámbito escolar tampoco lo tomaban de una buena forma; sus compañeros
solían molestarlo con frecuencia y los pocos amigos que anteriormente tenía se
fueron alejando a medida que los días pasaron una vez su sexualidad se había
revelado dentro de la institución como ser así también en el barrio en el cual
habitaba. En aquel sitio los amigos que solía poseer lo excluían frecuentemente
de los típicos juegos de niños de su edad, como en su abrumada adolescencia.
Walter comprendió con los años que la sociedad limitaba y conducía los gustos
de las personas de una determinada manera, definiendo aquellos como buenos o
malos, sin tener aquel consentimiento de querer entender y dar la posibilidad
de expresarse a los demás individuos que podían ejercer diversas y diferentes aficiones.
A pesar de todas las imposiciones de
la sociedad, ambos se mantenían en pie y sorteando todos aquellos obstáculos
que se ponían en su camino, ocultándose cada vez que era necesario, fingiendo,
buscando excusas y pidiendo favores a sus pocos amigos para ayudar a encubrir
la relación que ambos mantenían llegando al punto de sentirse un par de
fugitivos cuyo único crimen había sido haber encontrado en el otro un
sentimiento más fuerte que una amistad, algo que superaba los límites y
estereotipos impuestos por la sociedad, un refugio donde ambos podían encontrar
la paz, un refugio al que llamaban amor, del más sincero y puro.
Sin embargo aquel refugio que ambos
habían creado parecía desmoronarse de a poco, y es que no era sencillo para ninguno
saber que eran perseguidos y humillados por la sociedad, apartados de cualquier
posibilidad de crecimiento económico. Cada día Walter regresaba al hogar
exhausto tras las horas laborales, mientras que Gustavo se sentía cada vez
menos capaz de ayudar a su pareja pues ninguno había dejado de ser un hombre,
con el orgullo de tal, la fuerza de tal y la dignidad de tal. Todos aquellos
problemas hacían de su relación una que se perdía poco a poco.
Aquel no era más que otro día que
parecía ser igual a todos, en los que Gustavo salía a la calle en busca de un
nuevo empleo, regresando a casa con las manos vacías y sin esperanza, sin
embargo la misma nunca acababa. Una mañana en la que la ciudad se mostraba como
siempre, transitada y agitada, el moreno había decidido que debía encontrar un
fin a sus problemas, siendo aquella determinación la que lo llevó a la oficina
de una reconocida empresa de la ciudad, pidiendo reunirse con algún superior
para presentar su currículo y allí mismo tener una entrevista de trabajo, sabía
que solo así podía encontrar lo que buscaba.
La entrevista resultó de maravilla, el
personal de la empresa había quedado encantado con su carisma y espíritu
trabajador, sin embargo como acostumbraba, debió ocultar su sexualidad y no dar
detalles de su vida privada, tan solo lo justo y necesario. Días más tarde
había recibido el llamado telefónico de la empresa, anunciando que la semana
entrante debía presentarse para comenzar a trabajar para ellos, lo habían
contratado y la felicidad y alivio se podían ver en él con facilidad.
Los meses transcurrían a su tiempo,
lentos pero veloces a su vez, la relación con su pareja se mantenía aún oculta,
sin embargo su economía había progresado, el viejo departamento había quedado
en el olvido y ambos se mudaron a uno más amplio y en mejores condiciones, las
cuentas a pagar ya no eran un problema y Walter ya no debía realizar aquellas
pesadas horas extra en el bar que trabajaba, la vida de ambos avanzaba
nuevamente pues los pesos con los que cargaban habían desaparecido.
Dos años habían pasado ya de aquel
drama que habían atravesado Gustavo y Walter, la crisis económica que habían
vivido en el año mil novecientos novena los había llevado a una crisis de
pareja como cualquier otra podía vivir, ambos eran seres humanos al fin y al
cabo. Sin embargo aún existían algunas cuestiones que no avanzaban al ritmo que
ellos lo hacían, como por ejemplo, la sociedad. Poco a poco el entorno de la
oficina de Gustavo comenzaba a tornarse extraño, sus compañeros y allegados tomaron
una actitud distante y frío con él sin motivos aparentes, cuando él ponía un pie
en algún pasillo, las personas guardaban silencio y sus miradas se tornaban
acusadoras. Los rumores se habían expandido llegando a oídos del jefe de la
empresa, un empleado cercano a él decía haber visto a Gustavo caminar de la
mano de otro hombre y ese comentario recorrió cada rincón de la empresa. La
historia parecía repetirse para él, nuevamente era llamado a la oficina
principal para anunciarle su despido.
La decepción, el mal humor y la
impotencia ante aquel mundo en el que vivía provocó que sus gritos fueran oídos
por cada uno de los integrantes de aquel edificio en el que trabajaba,
retirándose de éste con aquella sensación de vacío en su interior, sin saber de
qué modo comunicarle a su pareja, quien era lo único en su vida, que nuevamente
todo había acabado.
Las semanas se habían tornado amargas
para él, Walter cada día buscaba el modo de animarlo de las mejores maneras,
sin embargo nada parecía funcionar. Una tarde como tantas en las que se
encontraba viendo el televisor, el timbre de su casa sonó de forma insistente
teniendo como única opción atender, al abrir la puerta una joven de cabellos
cortos y camisa amplia se presentó ante él, mencionando que conocía su
situación pues una amiga suya trabajaba con él en la empresa de la que había
sido expulsado. La muchacha sin más le entregó un folleto junto a una dirección
y número telefónico de un sitio donde podían ayudarlo con su problema, y sin
decir más la joven dio media vuelta y se marchó.
Una mañana de aquel año en el que el
país se encontraba en su mejor momento, las empresas nacionales se
privatizaban, el peso valía igual que el dólar, el servicio militar se
eliminaba por la muerte de un soldado –dicen- y los genocidas eran indultados
por un gobierno peronista. En ese mismo momento
Gustavo se vio despierto aún con aquella carga que llevaba sobre el
despido, notó el folleto sobre una de las mesas que se encontraba en los
costados de su cama compartida por su pareja.
Sin más que esperar, tomando un ligero
desayudo, había decidido acudir a aquella estructura reconocida por una
determinada parte de la sociedad, al cual habían invitado amablemente días
anteriores aquella chica de cabellos largos, cuando creía ya darse por vencido
en el trabajo forzoso que implicaba la búsqueda de un empleo digno, el cual le
permitiera seguir con su vida diaria y estudio.
Al cabo de unos largos minutos en el
típico y todo deteriorado transporte público llegó hasta el gran edificio que
se presentaba ante sus ojos; aquella no rondaba más de los veinte pisos y
contaba con cientos de pequeñas ventanas en su longitud. Recuerda con gran
asombro Gustavo que se ofrecían jubilaciones privadas y con mucho asombro se
preguntó ¿Qué son las A.F.J.P.? ¿Cómo se jubilará la gente si el desempleo
aumenta todo el tiempo? Más allá de esto noto que el color blanco reluciente
resaltaba de los demás departamentos, algo opacos y oscuros a causa de los años
que llevaban en la misma avenida.
Gustavo tenía una idea fija en su
mente; tal vez las personas que trabajaban en el interior de aquel lugar
comprenderían su situación y lo ayudarían a conseguir un empleo justo para
alguien como él, pues algo que caracterizaba a este chico era su orgullo y la
personalidad laboriosa que llevaba encima, la que –supongo- lo empujaba ha
observar detenidamente las situaciones. Es por ello que pensaba profundamente
antes de hablar, se preguntaba internamente antes de responder, parecía como si
lo que lo rodeara serviría como motor de reflexión, evitando los exabruptos,
los actos de intolerancia, los análisis reduccionistas y el descredito y olvido
del otro.
Es debido a esto que poso su pie
derecho y avanzó por el interior de las puertas de cristales, sintió como un
aura positiva lo invadía de inmediato, tal vez estaba exagerando, pero en aquel
lugar se sentía realmente a gusto, aún si su tiempo allí se reducía a unos
pocos minutos, pensaba que no sería en vano su paso por ese lugar. Había algo
que le decía que todo iba a salir bien, que estaría protegido, comprendido,
escuchado y ayudado, todo aquello que la sociedad y su familia no habían hecho
durante su corta pero pesada vida.
Fue atendido con la misma generosidad
y amabilidad que había creído e inmediatamente luego de contarles la resumida
historia de sus problemas fue dirigido unos pisos arriba hasta una de las
oficinas del director del lugar.
En su llegada, había observado cada
detalle de los pasillos del piso, alfombras color ocre y unos preciosos cuadros
que decoraban el lugar como si de la entrada a un palacio se tratara. Al
golpear la puerta que contaba en un pequeño cartel la leyenda de “Director de
la asociación, J. M. López.” Y escuchar en una gruesa voz su permiso, ingresó a
la sala, la cual contaba con un fino escritorio de roble, que pudo admirar. Una
vez sus pies se habían adelantado y su cuerpo se había reposado en uno de los
cómodos sillones frente a la persona con la que había ido a hablar.
El señor comenzó la conversación, explicando acerca de aquella asociación que
se basaba en defender los derechos de las personas “LGBT” como se hacía llamar
aquella comunidad integrada por individuos con gustos diferentes a lo impuesto
por la sociedad. Si bien Gustavo no esperaba aquella introducción al tema,
escuchó atentamente cada palabra que de la voz ajena se escuchaba.
López continuó su conversación dejando
entre tanto hablar al recién llegado, entusiasmándolo y aconsejándolo sobre
lugares en los que podía acudir para conseguir un trabajo estable y bien
pagado, sin embargo, la idea de su tema de conversación dio un giro notable,
cuando comenzaron a hablar sobre una próxima marcha para defender sus derechos,
aquella que se iba a dar en unos cuantos meses después.
El menor de ambos agradeció el apoyo,
como así también la invitación a la manifestación, y sin esperar más se retiró
de la habitación junto con montones de papeles de oficinas, y locales de trabajo
ofrecidos por el Director de aquella comunidad.
Unos cuartos de hora fueron necesarios
para que sus pasos se encontraran en el bar que trabajaba su pareja, orgulloso
de su labor esperaba encontrarlo para contarle entre el tiempo libre que le
otorgaban al más chico de ambos las noticias sobre las posibilidades de las que
habían hablado con el director de aquella nueva organización de la cual sin
duda alguna formarían parte ambos.
Acompañados de un café se encontraban
en una apartada mesa de aquel bar, disfrutando de ese poco tiempo que tenían
juntos aquel día.
Emocionado más de la cuenta Gustavo
anunció a su pareja las noticias buenas que traía del edificio al que horas
anteriores había acudido, la respuesta del menor de ambos no fue más que pura
sorpresa y alivio; ya no tendrían que preocuparse más de la cuenta por el
alquiler de la casa, de los impuestos y todo lo que aquejaba sus vidas.
Los meses pasaron y se encontraban en
noviembre de mil novecientos noventa y dos, en el día de la tan esperada marcha
había llegado, con sus nuevos empleos, con una vida mejor, ambos se dirigían
tomados fuertemente de sus manos hacia la calle principal de aquella gran
ciudad para encontrarse con la multitud de personas, sin duda alguna no se imaginaban que tanta gente
iba a acudir al lugar.
Sus manos desocupadas se dirigieron en ambos casos hasta sus rostros, tomando
aquellas máscaras que cubrirían su piel, y junto con pancartas, banderas que
simbolizaban la unión entre personas del mismo sexo y algunos detalles más,
comenzaron a caminar entre los individuos, sabían que una simple marcha no
haría la diferencia, pero tenían muy presente que desde aquel momento sus vidas
darían un vuelco total y comenzarían a
vivirla como siempre habían pensado e imaginado “juntos”.
Autoras: Mansilla
Julieta; Solange Ibarra; Florencia Mendoza; Maiten Klaus.
Correcciones:
Prof. Mereles Gabriel.